Lic. Silvia A. Pereyra Lic. Silvia A. Pereyra, FONOAUDIOLOGA
Desde la dependencia absoluta con el estímulo externo que lo mantenía alerta ante el peligro, enajenado, puesto en lo «otro», hasta el poder alejarse transitoriamente de ello y sumergirse en si mismo, en el mundo fantástico de sus ideas, el hombre logra apartarse de la escala zoológica por lo que hace, por lo genera desde su interior, por lo que desde él proyecta y organiza, modificando el entorno con su conducta.
Ese derrotero incansable que realiza desde el afuera hacia su intimidad y viceversa, no es otra cosa que su vida activa, su acción, su praxis. De allí que no hay acción si ésta no está precedida por la contemplación.
El hombre, y sólo el hombre, puede organizar su actividad psíquica en forma de pensamiento. Solamente es del hombre ese mundo interior que necesita ser manifestado permanente-mente, que necesita ser dicho al «otro «.
En el transcurso de su historia no bastaron ya las señales asociadas con algo del afuera para, ser percibidas, sino que se hizo perentorio expresarlas con una significación…y el hombre inventó una lengua para «ponerse en común» con su prójimo, para comunicarse.
El hombre comenzó a decir hablando, pero también dijo, y lo sigue haciendo, a través de otras expresiones, como la música, la danza, la pintura. Todo él expresa, todo él es lenguaje y comunicación. Eso es lo que determina su condición humana.
Tal vez esta especulación filosófica haya servido a algunos hombres de ciencia para construir una teoría de la comunicación. Otros han arribado a distintas conclusiones con un fundamento puramente cientificista. Pero es innegable, la comunicación humana sigue ocupando un lugar preponderante y generando controversias, más aún cuando diferentes patologías la alteran.
¿Puede considerarse a la vejez un proceso patológico, regresivo, que cercena, en su transcurrir, el lenguaje, la comunicación?
Tal vez, la única opción para «hablar » de la vejez, sea desterrar el término regresión ya que éste conlleva la idea de volver hacia atrás, hacia etapas primitivas del pensamiento, desandar el camino hecho: el del desarrollo de la aptitud lingüística.
Confrontar permanentemente a la vejez con la juventud en un intento desacertado por entender las limitaciones del lenguaje a las que se ve expuesto el anciano, nos coloca en una actitud irreverente y, por ende, poco sabia.
La vejez también es un proceso como lo es la infancia, la juventud y la adultez, sólo que la hallamos en la recta final del camino, donde tienen lugar, innegablemente, diversos procesos culturales y biológicos que «modelan», con un estilo peculiar, esta etapa de la vida.
La actividad productiva, la interacción social, son reemplazados, a veces bruscamente, por la jubilación. La limitación del grupo de pertenencia y la pérdida de algunos seres queridos, lo conducen inexorablemente al aislamiento. Estas circunstancias hacen que sus posibilidades comunicativas se vean empobrecidas. Son escasas las oportunidades para compartir el mismo código, la misma vivencia lingüística.
Tallando fuertemente también sobre el lenguaje, el proceso
biológico que acompaña a la vejez impone límites sobre el sistema locomotor y cardiovascular, como así también sobre el sensorio; audición y visión.
Las funciones cognitivas que basamentan la actividad lingüística, como la memoria, los procesos inhibitorios y la velocidad en el procesamiento de la información, declinan y afectan el lenguaje en el acceso lexical, la comprensión y producción lingüística.
Es de hacer notar que, paralelamente, la memoria semántica y la capacidad de almacenamiento de la información se preservan, ya que sólo se desorganizan en su aspecto funcional y en la velocidad con que se procesan.
Esta constelación de procesos socioculturales, biológicos y cognitivos marcan, finalmente, una involución en el anciano caracterizada por la desorganización de dichos procesos construidos a lo largo de su vida, y que no necesariamente «regresan» siguiendo el derrotero inverso a su desarrollo.
La contención familiar, las oportunidades sociales y el nivel de educación ejercerán un peso suficiente para sostener o derrumbar, dignificar o deteriorar este proceso del «envejecer» que, frecuentemente, suele verse afectado por el deterioro progresivo e irreversible de la Enfermedad de Alzheimer.
Una definición poco ortodoxa diría que la Enfermedad de Alzheimer irrumpe en la vida de una persona desarticulando, desorganizando y poniendo fin al proceso de la comunicación, desintegrando, poco a poco, lo que el hombre adquirió no con poco esfuerzo: el pensamiento.
Pero no sólo se afecta el lenguaje; La enfermedad, el Alzheimer es un síndrome y no una consecuencia del proceso normal de la vejez. Es una constelación de signos y síntomas caracte-rizada por el deterioro adquirido de las funciones intelectuales respecto a un estado anterior conocido o estimado. Este deterioro cognitivo progresivo afecta el intelecto, la personalidad y la comunicación, y va en detrimento de la vida social, familiar y laboral del individuo.
¿Qué caminos conducen a la desintegración del lenguaje?
¿Qué otros dominios cognitivos se ven involucrados y en cuánto colaboran con este proceso?
¿Cuál es la relación del lenguaje con el pensamiento?
Estos son algunos de los interrogantes que se plantean al referirnos a la comunicación, demostrando así que ella es la más completa de las conductas humanas, probablemente la más importante, el corolario de un histórico y laborioso proceso que es llevado a cabo de una manera singular.
Vivimos inmersos en un mundo que, paradójicamente, se nos presenta como exterior, como el afuera nuestro, un mundo al que accedemos desde un adentro nuestro, es decir, desde nuestro «si mismo», nuestra intimidad, el mundo de las ideas. De allí que, para comunicarnos de manera lingüística o no lingüística, debemos tener una idea para compartir y un sistema simbólico a través del cual pueda patentizar mi idea.
La comunicación significante requiere producción y comprensión de ideas. El mundo de nuestras ideas es un mundo generado a partir de los conceptos, un mundo semántico, lleno de contenidos.
Y es este mundo, la ideación, la que es deteriorada en el proceso demencial, destruyendo así la comunicación.
Debemos distinguir, en el desarrollo de nuestro tema, el habla del lenguaje, y ver qué implicancia tienen en el proceso de la comunicación.
El Habla es la producción motriz de sonidos, la representación acústica del lenguaje.
El lenguaje es una interacción compleja entre capacidades motrices y sensoriales, asociaciones simbólicas y modalidades sintácticas habituales. Es un sistema simbólico por el cual los sonidos son apareados, con el significado. Es una actividad adquirida de un modo progresivo, un fenómeno cultural y social, que se vale de la percepción, decodificando, y de la producción, encodificando, para establecer un sistema de comunicación instalado sobre un suficiente desarrollo de funciones neurológicas y psíquicas.
De allí que ahora nos resulte claro ver que la comunicación lingüística es un proceso cognitivo a través del cual se asocian nuestras ideas, con el lenguaje.
Habiendo concluído que el deterioro de la ideación lleva al deterioro de la comunicación, falta preguntarnos ahora ¿qué es lo que destruye la ideación, el mundo conceptual?, y la respuesta la encontraremos en la desintegración de la memoria episódica y semántica, en la interrupción del eslabonamiento que ocurre entre la generación de un concepto y su implementación, a través de un sistema simbólico como es el lenguaje.
Todo conocimiento conceptual está representado en la memoria semántica.
El concepto es la representación de categorías de objetos y eventos. Pueden conceptualizarse cosas para las cuales no hay palabras, y eso no pone en posiciones encontradas a las palabras con los conceptos, es más, son las palabras las que acompañan nuestra conceptualización, de tal modo que nuestro pensamiento esta hecho de palabras.
La demencia lleva inexorablemente a la destrucción del concepto, por tal afecta a la comunicación más allá de la alteración del lenguaje, afecta la asociación de ideas, la conceptualización.
El paciente demente tiene una progresiva dificultad en producir comunicación significante y trasladar ideas a la simbología lingüística, realizar inferencias y poder distinguir la información ya dada de la nueva.
En su progresivo e insidioso deterioro, la enfermedad de Alzheimer nos permite apreciar como el lenguaje se ve afectado en sus pilares esenciales; léxico y sintaxis, configurando un cuadro de distorsión semántica, conceptual.
Es frecuente observar que estos pacientes pueden usar palabras, un gran número de ellas y correctamente articuladas, pero son palabras que no entienden, convirtiendo su lenguaje en un lenguaje vacío, sin contenido semántico, haciendo más firme la idea que palabra y concepto son almacenados en lugares distintos de la intrincada red cerebral.
En el transcurrir de este proceso de deterioro global, de clínica heterogénea, el lenguaje no suele verse igualmente comprometido como la memoria, es más, ante un mismo grado de afectación de la misma, el lenguaje puede variar en más o en menos su grado de severidad.
Esta variabilidad también puede darse dentro de la misma función: los componentes lingüísticos, receptivo y comprensivo, pueden seguir un curso diferente en la progresión del deterioro.
Cuando el hemisferio izquierdo está altamente comprometido, otros dominios propios del hemisferio derecho pueden preservarse por más tiempo, como la habilidad para la música, la pintura y tareas visoespaciales.
En las fases iniciales, las dificultades predominantes son aquellas que no le permiten al paciente hallar las palabras adecuadas para nominar, tanto elementos de la vida diaria como diversas acciones y generar una lista de palabras categoriales, si bien conserva una performance aceptable en la fluencia fonológica, configurando un perfil lingüístico de características similares a una afasia anómica.
En el lenguaje espontáneo, la descripción y la narración, se hacen presentes déficits lexicales y sintácticos que reducen el vocabulario y la fluencia, dificultando la posibilidad de dar definiciones consistentes. Es, a través del discurso, que el acceso lexical se lleva a cabo a través de circunloquios, parafasias semánticas, en su mayoría, y palabras genéricas que reemplazan a las significantes.
En estadíos avanzados, las alteraciones lexicales se manifiestan en la jerga, en el habla lacónica y, aún, el mutismo. No obstante, el aspecto gramatical suele preservarse, aún cuando el discurso esté empobrecido en significado.
Aunque la afasia del enfermo de Alzheimer es de características fluentes, las expresiones no logran completarse debido al trastorno mnésico que entorpece la normal progresión del pensamiento. Ello se evidencia en palilalias y logoclonías.
Así como avanza la demencia, la sintaxis se vuelve más simple y comienzan a violarse reglas gramaticales, emergiendo así los agramatismos. También se evidencian errores en el uso de preposiciones, fragmentación de oraciones y omisión de palabras.
No solo el lenguaje oral se ve afectado, también el gestual y el escrito.
La lectura se altera por las fallas de comprensión del lenguaje escrito, y la escritura ofrece paragrafias, adiciones, omisiones, perseveraciones.
Si bien el termino afasia es controversial para determinar las alteraciones del lenguaje de estos pacientes, el curso que sigue el deterioro se inicia con una afasia anómica o semántica, con una transcortical sensorial, y finaliza con una afasia global, constituyendo un cuadro afasoaprac-toagnósico como signo de difusión cortical.
Acompañando el declinar de la actividad lingüística, el resto de las funciones cognitivas siguen un curso de deterioro irreversible que conducen al paciente a la muerte.
Esto permite afirmar una vez más que esta enfermedad, más allá de comprometer severa-mente a quien la padece, altera la vida a funcional y emocional de la familia, por lo que se hace indispensable un abordaje transdisciplinario, no sólo en la elaboración de un diagnóstico diferencial y en la atención del paciente, sino también en la contención del medio que lo rodea.
Las entrevistas psicológicas al grupo familiar y a los grupos de autoayuda son los pilares sobre los que la familia construye una nueva visión de su enfermo, un «aprender» a re-conocerlo y lograr, en ese espacio de todos, un espacio para ella misma.
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Fecha de Publicación: 1-9-2000